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Hoy es Miércoles 15 de Mayo de 2024  |  

“El Solar vacio”

 
 

Dedicado a la asociación “Cuatro Patas”

Hace escasos minutos que hemos estrenado el primer día de septiembre, largo tiempo anhelado a lo largo de un caluroso e interminable agosto en el que casi nos asfixiamos con un calor húmedo y sofocante.

De este modo vivimos engañándonos a nosotros mismos esperando que en nuestra existencia se produzcan acontecimientos gratos o circunstancias felices que nos ayuden a soportar la carga en que se convierte a veces nuestra vida.

Enfrente del hotel donde trabajo como conserje de noche hay un solar. A escasos metros detrás de unos cañaverales está la playa. Cuando hay silencio puedo escuchar el bramido de las olas que como cualquier sonido originado por la naturaleza resulta sugerente y tranquilizador, especialmente para un alma estresada y entristecida como era la mía en aquel entonces, hace ya cuatro meses, el hotel estaba recién abierto e iniciábamos la temporada turística como cada verano, con un turismo en crisis, tenía para añadir a las ansiedades e incertidumbres que compartíamos todos los trabajadores del sector, las mías propias. Una persona en mis circunstancias con una edad no demasiado temprana para la que el amor nunca llegó con la fuerza suficiente para arraigarse en mi vida y echar raíces se pasaba las primeras noches de verano buscando sentido a las cosas, les buscaba significados y matices que me fuesen válidos para seguir viviendo sin tener que recurrir a la bebida, las pastillas para dormir y los cigarrillos que encendidos ininterrumpidamente, uno detrás de otro formaban parte de una interminable y humeante cadena que me resecaba la garganta y envenenaba los pulmones. Desgranaba las horas intentando leer, pero las páginas de los periódicos no ofrecían un panorama muy alentador que digamos, y no había hallado ese libro que a veces encontramos y nos ofrece ratos de evasión con la lectura de sus páginas.

Una de aquellas noches largas y aburridas, observé con asombro que en una pequeña senda que atravesaba el solar, enfrente del cual estaba situado el hotel y que lo separaba de la playa, se habían acostado tres perros, dos de los cuales parecían dormir, mientras el otro velaba. Dos de ellos eran de color marrón claro, más bien grandote, de ninguna raza definida, eran como una mezcla de perros lobos  o pastores alemanes, el tercero era negro con manchas blancas y las orejas caídas y unos ojos enormes y expresivos.

Se habían instalado descaradamente en medio de la mencionada senda por la que a aquellas horas no pasaba nadie, allí se acostaban y parecían turnarse velando uno el sueño de los otros, lo que me llamó especialmente la atención. Un compañero mío, conserje de noche como yo que trabajaba en unos apartamentos cercanos me explicó que todos los animales actuaban guiados por su instinto, que a parcelaban una determinada zona y acudían allí a dormir considerándose en su territorio, pero como tenían instinto de manada preferían las zonas donde hubiese algún movimiento a aquellos lugares donde el silencio y la obscuridad fuesen profundos e impenetrables aunque estos últimos ofreciesen para ellos una mayor seguridad.

Así acudían al solar noche tras noche, fieles a su cita, y tal vez porque los humanos poseamos también ese mismo espíritu de manda, me sentía yo reconfortado y acompañado. Admiraba la camaradería de aquellos tres perros vagabundos, envidiando un poco su compañerismo y amistad. ¿En qué extraños mecanismos ancestrales e instintivos se basaba su comportamiento?, comportamiento que yo encontraba tan bello.

Cuando alguien se encaminaba por aquella senda que conducía a la playa le obligaban a desviarse unos metros, protestando por haber perturbado su descanso, y cosa curiosa, cuando algún otro perro, vagabundo como ellos intentaba incorporarse al grupo, le rechazaban ladrando enérgicamente, o así lo interpretaba yo, y el pobre animal ante la bronca que le echaban, se marchaba con el rabo entre las piernas y la decepción instalándose entre las neuronas de su perruno cerebro. Era como si le dijeran ¡Ya somos bastantes! ¡¡Sólo nos faltaba otra boca que mantener!! Y así seguían, noche tras noche, pernoctando en el solar desde poco después de la medianoche hasta el amanecer, cuando los chillidos de las gaviotas y los rayos de luz del Padre Sol les obligaban a abandonar sus improvisados lechos de arena tibia.

Siguió transcurriendo aquel cálido verano de 91.

Contábamos ya los días que nos separaban del anhelado y refrescante otoño, combatiendo sus rigores a base de gaseosa, cubitos de hielo, polvos de talco, dolores de garganta y ráfagas de aire de ventilador que al rato de empezar a girar ya no ventilaba ni refrescaba nada, tan grande era el bochorno circundante.

Una mañana –la última de agosto-, en una playa cercana a Cala Graçio, descubrí con asombro que la manada había aumentado, uno de los tres perros, dos marrones y uno negro,-el negro era una hembra y había parido tres perritos-. Los estaba lamiendo amorosamente, el precioso espectáculo de la vida que se renueva una vez más. Era el milagro de la maternidad, tan bello bajo cualquier manifestación se hizo presente una vez más, entre las sabinas, debajo de las ramas de los pinos de la torrentera y sobre las arenas calientes y suaves de Cala Graçió.

Se habían refugiado en una cueva y mientras mama-perra cuidaba de los perritos, los otros dos –más delgados que nunca- deambulaban a primeras horas de la noche buscando en las basuras algún desperdicio que llevarse al diente o transportar con cuidadosos esmero hasta donde se encontraba la perra cuidando de la prole. Incluso una noche descubrí un cachorro correteando por el solar que me lleno de ternura y angustia: ternura porque me la inspiró al contemplarlo, angustia porque presentí mientras me deleitaba mirando sus pasitos y retozos el que sería el final, aún tratándose de una criatura tan inocente como indefensa.

El maldito lugar al que se iban durante el día fue su error: A veinte o treinta metros estaba ubicado un chiringuito de esos que sirven hamburguesas y bebidas a los turistas que acuden a la playa para broncearse.

Los pobres perros tal vez se instalaron cerca de allí porque los veraneantes les daban algo de comer o ¿Quién sabe?-

Pero, los dueños del Quiosco –vigilantes fieles de sus intereses- denunciaron el caso al Ayuntamiento que envió inmediatamente al veterinario y al perrero, los cuales decretaron inmediatamente su sacrificio ¡Qué ironía, encima llamarlo así! Para mí no era otra cosa que un asesinato, un crimen premeditado y sistemático al amparo de una sociedad que mediante sus leyes elimina aquello que le es molesto o es capaz de perturbar aunque sea mínimamente su orden legalmente establecido.

¿Qué daño hizo esta familia de perros? Su único delito fue vivir, como el de tantos seres humanos como vienen a este mundo careciendo de derechos y poder, porque otros humanos de los que sólo tienen el nombre o apariencia no se los reconocen.

Si esta desdichada familia de perros se hubiera instalado 500 metros en el interior del bosque, esto no hubiera sucedido, pero ahora ya es tarde para lamentarse- pienso, mientras sigo encendiendo un cigarrillo detrás de otro- El cenicero lleno, debo tirarlo. Intento sumergirme en la lectura de los diarios, ¡Todo inútil! Un grupo de demócratas desaíra inmerecidamente a Gorbachov. Las repúblicas bálticas han declarado su independencia y Croacia declarará la guerra a Serbia, y el último golpe de la ertzaintza contra ETA.

Pasiones y desacuerdos políticos entre los humanos. No hay un titular que diga: FAMILIA DE PERROS MASACRADA, sonaría ridículo, a nadie le importa ni interesa. Sólo cuando son cachorros hacen gracia y gusta jugar con ellos. En los escaparates de las tiendas de suvenires se exhiben fabricados en peluche de todos los tamaños y colores, sólo les falta tener vida, a los que la tienen inexplicablemente se les quita. Tienen pulgas, ladran, ensucian, molestan y es preciso exterminarlos, son antihigiénicos, perros asilvestrados portadores de parásitos y de mil y una infecciones, pero ¿De qué infecciones somos portadores los humanos? ¿Qué extraños vicios nos corroen y engendran vanidad, ambición, ansias insaciables de lucro y poder? ¿Quiénes son responsables de tanta guerra, holocausto y genocidio sin que nadie mueva un solo dedo para pararlos?

Si alguien no humano pudiera confeccionar una lista con todos nuestros defectos e imperfecciones, la relación sería interminable.

Somos criaturas veleidosas y volubles que con la fuerza como única razón pretendemos poner el universo a nuestros pies, pero mientras que no nos llegue la hora de rendir cuentas y responsabilidades por tanto exceso…. Aquí sigo sentado mirando intrascendente por las amplias puertas de la recepción del hotel donde trabajo, fumando cigarrillo tras cigarrillo, consumiendo de este modo mi dolor y mi tedio, y las interminables horas que me separan del amanecer, siento que la soledad me atraviesa como si fuera la hoja de un afilado cuchillo, mientras los nacarinos rayos de la luna en cuarto menguante se filtran a través de las ingrávidas hojas de las cañas –que flotan en el viento como banderitas de nacionalidades inexistentes- iluminado la arena y los matojos del solar vacío, donde ya, ni esta noche ni las sucesivas vendrán los tres perros a dormir.

Juan Castellanos Gómez

 
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Comentarios de Facebook
 
5 Comentarios
  1. anonimo dice:

    me gusta irene que te gusta lo que hace el eco

  2. Irene Santos Morales dice:

    Precioso Juan, donde la mayoría ve un problema, un incordio, algo que altera el cómodo orden artificial creado por los humanos… tú has visto una familia, vida, esperanza, lealtad… y tú ya tienes tu recompensa por tener un corazón tan grande, disfrutar de un alma tan maravillosa.
    Te queremos mucho!
    Gracias de parte de todos los cuatropateros y animales del albergue por tu historia y tu dedicatoria!

 
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