Si algo es apreciado en nuestros días, es sin duda, el valor de la juventud. Tan en auge y reconocido está que no duda la publicidad, el cine, los medios de comunicación y hasta los departamentos de recursos humanos de las empresas en reconocerlo a cada instante.
No es que yo niegue el valor de ser joven, pero como todo en la vida, también tiene sus inconvenientes y otras edades sus ventajas.
Sin embargo, en lo concerniente a las crisis económicas, sí creo que la juventud presenta ante ellas un plus que no tienen otras edades. Será seguramente por la inexperiencia, por la ilusión que conlleva construir su mundo, por la inconciencia o la osadía. Sea por lo que sea, los jóvenes están más preparados para combatir la crisis que los adultos.
Digo esto porque vienen a mi memoria otras crisis pasadas, aquellas que sufrí siendo bastante más joven y, aun cuando dicen que la actual es más grave y no tiene parangón (todos sabemos que esto se dice siempre de la última, pues de tener precedente siempre se tendría la solución), recuerdo que los mayores de entonces la vivían con especial desasosiego y preocupación. Seguramente por su experiencia los adultos de aquellas crisis de antaño las veían con desesperanza, por el contrario con la osadía de mis dieciocho años, a mi me parecían problemillas coyunturales.
Espero que ahora, cuando miro con desesperanza nuestro futuro, los jóvenes de la actual generación piensen como lo hacía yo por aquel entonces.
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