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Hoy es Miércoles 8 de Mayo de 2024  |  

Carta a un campesino jumillano por Juan Castellános Gómez

 
 

Amigo y compañero: hace tiempo que siento necesidad de escribirte una carta a ti, jumillano como yo, hombre de campo, de tijera de podar y azadón, de paquete de celtas cortos y cartilla de trabajo eventual, cuidador de la tierra, jornalero. Eres uno de los pocos supervivientes de una casta destinada a extinguirse. A ti que has vivido la vida con la máxima austeridad y el más sencillo esquema existencial imaginable.

Como otros muchos tuviste antaño un carro y una mula, con la que ibas a arreglar el hortal, las tres mil cepas del «Término Arriba » que te tocaron de tu padre (fuiste un poco privilegiado, a otros no les tocó nada); el resto del tiempo lo dedicabas a echar la «peoná» donde te llamaban y así, «si alcanzo y no llego», con la ayuda de tu mujer conseguiste criar a tus hijos a base de innumerables sacrificios.

Nunca aprendiste a leer, mi buen amigo, mas, ¡no importa! ¡Se quedan tan pobres las palabras ante el lenguaje de los sentimientos! que muchas veces no dicen nada, y estoy seguro que ese lenguaje sí que lo entiendes. Lo demás no pasa de ser pura retórica.

Transcurrió tu infancia de pastor en los Cerrillares y la Cingla sin siquiera tener calcetines que ponerte y te envolvían los pies con trozos de manta. Así pasaron días y días con las «cabricas». Luego, ya de mozo, fuiste mulero -el oficio de moda en aquellos años pero el hecho de convivir con animales no impidió que los latidos de tu corazón fueran latidos de humanidad, pero una humanidad sepultada en la miseria y la marginación.

Luego te llamaron a filas y allí transcurrieron los más terribles años de tu vida, la derrota, el campo de concentración. Volviste con una bronquitis crónica que tardó varios años en curársete y el alma marcada por el horror y la lacra de una guerra absurda y fratricida.

Trabajaste en las tendidas del esparto algunas temporadas, fuiste a vendimiar a Francia varios años con tu mujer y te compraste el carro y la mula para arreglar «lo tuyo» en los días que no te avisaran para trabajar en otro sitio, viviendo así unos años felices a pesar de la dureza de las circunstancias; tu voluntad de hierro, tu corazón sencillo y la fidelidad y cariño de tu mujer fueron todo tu bagaje mientras veías crecer a tus dos hijos.

Te conocí hace poco tiempo, en estos tiempos duros que vivimos. Yo soy joven, de la edad de tu hijo, aunque, no por experiencia, sé que aquella época fue muy dura, pero ésta también lo es, llena de paro, tensión, de inseguridad, de angustia…

Las circunstancias me llevaron a trabajar (aunque no es ese mi oficio) al campo durante los meses de invierno. Así te conocí y además del cansancio y sudor, compartimos el cigarrillo y el trago de vino. Al principio me miraste con recelo, dada mi pinta de “pseudohippy”; pero cuando comprendiste que era solamente el aspecto exterior, y que me entregaba «a tope» en el trabajo, practicando la sana costumbre de la camaradería, me aceptaste sin reparos. De forma que hoy que ha pasado el tiempo me pregunto si he tenido otro amigo tan bueno como tú.

Recuerdo que algunas mañanas, cuando nos íbamos a coger oliva o a podar, cubrías las brasas con ceniza y tarde al volver a la casa, antes de regresar al pueblo, las destapabas con las tenazas y podías encender nuevamente el fuego sin necesidad de usar las cerillas o en cualquier caso damos un calentón. Recuerdo también las gachasmigas con oruga que hacías algunas mañanas y creo que nadie sabe hacerla tan bien corno tú. Ahora que pasados los meses vuelvo a ser hombre de asfalto, añoro muchas veces aquellas mañanas de escarcha en las que no podíamos «enganchamos» casi hasta mediodía y recuerdo tu charla repleta de filosofía popular y cargada de experiencia humana.

Me contabas lo dura que era la existencia en los años de postguerra, de estraperlo, pan de cebada y trabajo de sol a sol, secuestrando haces de esparto y escapando de la guardia civil como si hubierais sido delincuentes. Comentabas la sencillez de la vida de entonces y lo locos que estamos los jóvenes ahora que ni sabemos’ siquiera lo que queremos. Sin embargo, ahora te resultaba más difícil todavía vivir. Son otras cosas, me decías, como tener que vivir sin tu mujer que desde hacía tres años te había dejado y que se fue tan discretamente como había vivido, se quedó dormida una mañana de abril, después de barrer la calle y no despertó más.

No supo o no quiso el destino perdonarte y te hizo «la gran putada» a ti que siempre supiste perdonar a todos, incluso a aquellos que te robaron tus sueños entregándote a cambio un pedazo de pan duro y tasado.

¡Qué absurda idea sería pretender darte a ti lecciones de humanidades!

¿Qué más humanidad que la tuya cuando se anegan tus ojos de ternura al recibir tu mejilla curtida, la caricia suave de un beso de tus nietos al volver a casa cansado del trabajo.

Pero… tus manos rugosas vacías de lujuria y repletas de ternura ya no encuentran al llegar a casa el calor del cuerpo tibio de tu mujer, aunque su presencia impregne tu estado de ánimo corno una invisible flor.

Faltan sólo unos años para jubilarte, pero no era eso lo que te preocupaba, porque cuando acabas  la poda tal vez te cogerían para arreglar las calles en el empleo comunitario. Vives con tu hija y tu yerno. Los gritos de los críos y el jolgorio que forman habitualmente le da cierto sentido a tu existir, pero los niños se acuestan temprano.

Entonces tu hija y tu yerno se ponen a hablar de los problemas propios de los matrimonios y tú sientes que estorbas, viéndote en el dilema de irte a tu habitación demasiado temprano o salir hacia el bar más cercano a reunirte con tus amigos, hombres mayores en situaciones similares a la tuya.

Cada tarde, cuando vuelves del campo, las cuatro paredes de tu habitación se te han quedado grandes, convirtiéndose en un lugar hostil para ti, donde los recuerdos te hacen daño y tu analfabetismo no te permite la sana evasión de la lectura. El silencio, más que acogerte o cobijarte, te amenaza con su mutismo indiferentemente doloroso.

Ese silencio que te hiere y abruma es quizás quien te empuja y te echa a la calle en busca de diálogo, que tu hija, con el marido, los hijos y la máquina de hacer zapatos, no puede prestarte; y en el bar vas desgranando las horas fugaces de la trasnochada, con las hastiadoras e interminables partidas de dominó y los ya cotidianos  razonamientos propios del terreno subdesértico que vivimos ¿Lloverá o no lloverá? ¿Viene el aire de Arriba o de Levante? ¡Qué te

importa a ti que llueva o que no llueva en el fondo! Lo que tú necesitas es afecto, una mano en tu hombro, un apretón de manos, una palabra amiga. Pero los jumillanos somos fríos y duros, como esta tierra seca y tosca y como los hielos que caen en las noches de nuestro invierno, considerando por eso como blandenguería o afeminamiento una exteriorización afectiva de este tipo. “una mariconá”, más claramente dicho.

Tu orgullo no te deja reconocer ni siquiera ante ti mismo lo que te falta y te refugias en la charla insustancial, el carajillo, la máquina tragaperras o el bingo, formas equívocas de destruirte un poco más, hombre de piedra y lluvia, de hielo y sol, de rocío y escarcha.

¡Cuánta ternura late en tu corazón! Ternura sepultada a golpes de azadón, segada de tu cara como con el tajo de una hoz.

Cuando insensibles suenen los vientos sobre tus sienes, recordándote que ya son de otoño, quiero que sepas que aún hay’ quien te quiere y admira, te comprende y valora.

Cordialmente te tiende su mano de amigo y compañero y hoy te escribió estas líneas para paliar sus ansias de poeta frustrado.

Un abrazo

Juan Castellános Gómez

 

Foto: ayerjumilla.blogspot.com

 
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Comentarios de Facebook
 
3 Comentarios
  1. Juan dice:

    Brutal…te toca el alma.

  2. claudia dice:

    Ufff…
    Estoy profundamente conmovida por este relato…

    Esperemos que tanto el autor… como el destinatario… sepan que nos hay brindado un pedacito de la historia… que vale… sobre todo… por la dignidad que transmite…

    Dignidad…

    Eso de lo que tanto sabe esa generación… y tanto tiene que aprender la que baja de los 50…!

    Gracias de verdad…

    claudia

 
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