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Hoy es Martes 30 de Abril de 2024  |  

Carta abierta a la esperanza de un amor

 
 

Un domingo si y otro no, hay baile en el club de la tercera edad del cuarto distrito hasta entonces no volveré a verte, la semana hasta que llega el Jueves se me hace eterna, los últimos días ya próximos al domingo parece que el tiempo corre más deprisa y alegrarnos de eso a nuestra edad es un error, pues es precisamente tiempo lo que no nos queda, o nos queda muy poco aunque nunca se sabe el que nos queda porque el futuro es siempre una incógnita y no siempre se despeja de una manera conforme a nuestros deseos.

Y es que vivimos llenos de incógnitas y de incertidumbres y a veces hasta nos marchamos con ellas sin haber llegado a saber lo que hubiera sucedido de haber manifestado a tiempo nuestros sentimientos y son tantas ocasiones las que los guardamos en lo más profundo de nuestro corazón, hasta que a veces se nos revelan como intrusos en las imágenes difusas de algún sueño y percibimos fugazmente como un destello “lo que pudo haber sido y no fue”.

Hace ya diez años que vivo aquí, en un pisito céntrico, nos bajamos a vivir aquí cuando todavía vivía mi madre porque está muy cerca el centro Médico y mi madre viejecita necesitó muchos cuidados médicos, por lo que eran muy frecuentes nuestras visitas a la consulta del doctor y empezamos a cruzarnos en la calle.

La primera vez que me crucé contigo en la calle, sentí un estremecimiento, te pareces tanto al gran amor de mi vida, a Julio, un hombre casado con el que mantuve relaciones en la isla de Ibiza cuando me iba a trabajar de camarera en las temporadas de verano que me sobresaltaba al verte bajar por la calle, y no me atrevía a pensar en ti siquiera pues tú también estabas casado, y pensé que Dios te había puesto en mi camino para castigar el pecado de haber estado liada con un hombre casado estando viva su esposa, asumí mi Karma, mi castigo, mi penitencia, pero cuando supe toda la verdad, ya era tarde para echarse atrás, como decía la malograda Rocío Jurado en una de sus hermosas canciones y …¿acaso no es humano entregarse a un sentimiento más fuerte que uno mismo como yo lo hice aquellos años que amé a Julio a escondidas?, y al principio de vivir aquí, yo te miraba pasar escondida detrás de la persiana fascinada por tu caminar, por tus pasos enérgicos y flexibles, vestigio del tiempo que pasaste en el ejército pues fuiste militar, te miré pasar, ¡Dios mío!, como algo inalcanzable, algo prohibido, inaccesible….

Cuando murió mi madre hace tres años me fui a vivir a Madrid con mis sobrinas, hasta que al regresar hace seis meses me enteré que tu esposa había fallecido después de unos meses de fuertes dolores en los que no te habías separado de ella y que lo habías pasado muy mal. Y me enteré de que ahora tú también vivías solo.

Un día al subir al autobús se me enredó el pie y estuve a punto de caer, pero un brazo fuerte me sujetó para que no me cayera, y eras tú quién me ayudó, al darte las gracias, me preguntaste como estaba, te dije que sentía lo de tu esposa, te vi. más delgado que antes, vestido de negro, apuesto elegante, tus cabellos grises, de color plata se habían blanqueado un poco más, y en la tenue sonrisa que me dedicaste me pareció ver que el cielo se abría a través de las ventanas abiertas de tus ojos y las arrugas que se dibujaban en tu cara lo más hermoso que había visto jamás. Luego nos despedimos y las pocas veces que nos veíamos, nos dábamos un saludo de cumplido; una media sonrisa, nada más que eso, pero  para mí que se abría el cielo mostrándome su azul cuando te veía.

Una tarde de domingo una amiga me animó a acompañarle al Club de la 3ª Edad donde los domingos por la tarde va un músico con un acordeón y para sufragar sus honorarios venden unas papeletas y luego sortean un jamón. Accedí a ir de no muy buen grado y allí estabas tú, me sacaste a bailar y aquella tarde no toqué el suelo con los pies, era como si hubiera subido hasta las nubes sintiendo tus brazos rodeándome de una forma delicada y tímida.

Desde entonces espero cada tarde de domingo en que habrá de nuevo baile para sentirme como Cenicienta bailando con mi príncipe ¿Será posible que la felicidad exista en esta tierra? Esta ilusión, este estar a la expectativa domingo si y domingo no para verte de nuevo es como una ansiedad gozosa, es el tenue color de la esperanza, Ay… tú me pusiste dos alas, y yo quería volar….

Pero el tiempo pasa y ya somos viejos, ¿Por qué no expresar lo que sentimos? ¿Por qué  si estamos solos no nos atrevemos a fumar esta colilla de felicidad que aún se nos ofrece y deseamos?

Cuando me gustaría planchar tu ropa, que tus hijas casadas descuidan de hacerlo, me gustaría vestirte de la forma que más guapo estuvieras, ver contigo la tele en el sofá y sentir tu brazo rodeando mi hombro, aspirar tu aroma de tabaco negro y colonia fresca, compartir contigo la mesa y cada minuto del día y expulsar así este fantasma de la soledad que nos aterra, sintiendo la suavidad de la palma de tu mano entre las mías, y que esos nietecitos tuyos, tan lindos que vienen a verte de tarde en tarde, me dijeran ¿por qué no? Abuela, a mí también. Compartirlo todo, lo tuyo y lo mío que sea de los dos; el cariño, los sueños, la tibia calidez de nuestros cuerpos, las horas de insomnio y la claridad rosada del amanecer entrando por los ventanales entreabiertos.

¿Quién no ha escrito alguna vez una carta de amor que no se atreve a mandar? Yo no se si me atreveré a mandártela, si no sientes lo mismo que yo, no me prives de tu amistad, de lo que mes das, que es mucho y sigamos como hasta ahora, haz como si no la hubieras leído y rómpela, arrójala al fuego, al viento o a la lluvia… pero ¿y si para nosotros dos no hubiera partido el último tranvía de la tarde y pudiéramos subir a él, rumbo a una historia llena de  felicidad que nos guardase el destino en algún recodo del tiempo? De ese tiempo que se va irremisiblemente sin que nadie pueda detenerlo.

Pienso que entonces merecería la pena haberte escrito esta carta y hasta es posible que me atreva a enviártela.

Juan Castellanos

 

 
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