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Hoy es Domingo 19 de Mayo de 2024  |  

Andrea, la maga

 
 

Llegaron al hotel donde trabajaba, un grupo de personas en un furgón enorme, con unas letras a modo de siglas pintadas en el costado de una empresa multinacional dedicada a la venta de artículos de limpieza al por mayor.

Eran un grupo de clientes extremadamente “latosos”. Se dedicaban a la venta de sus productos a las empresas, o tal vez aquello fuera una tapadera y vendían otras cosas que no vienen al caso de la historia que intento relataros.

Por las noches, en vez de dormir, salían a divertirse, intentando aprovechar que nos encontrábamos en temporada turística.

Uno de los miembros de aquella “pandilla” era una señora llamada Andrea, rubia y cursi, que echaba las cartas a todo aquel que podía sacarle las cuatro o cinco mil pesetas que cobraba como honorarios.

El resto del grupo era anodinos y vulgares hasta un extremo inenarrable; Sólo mencionaré a otro personaje que viene a cuento para el desarrollo del relato. Era una chica grande y gorda, que procedente de una isla vecina, perteneciente a nuestro país y al mismo archipiélago, había abandonado a sus padres.

A los pocos días de estar allí, llegó el amante de Andrea. Andrea estaba radiante, pidiendo copas a todas horas para tomar champagne, incluso de madrugada. Y tenía que dejar la recepción sola para ir a buscárselas.

Andrea, en su faceta de parasicóloga que es lo que decía que era, iba viento en popa, pues encontraba clientes a los que ofrecía sus servicios y les hacía predicciones para las que utilizaba dos clases de cartas: una baraja española y otro muy extraña a la que llamaba “El oráculo de no se qué”.

Llevaba los mazos de cartas en un trapo negro; afirmaba haber aprendido estas técnicas adivinatorias en África, donde había permanecido largo tiempo.

No conforme con la habitual pesadez con que se comportaba, Andrea comenzó a pedirme que le diera sábanas, ya que las que tenía se le habían manchado accidentalmente. Al pedírmelas varias veces, mis compañeras de recepción me dijeron que ya no le facilitase más sábanas por las noches, ya que se las cambiaban diariamente, y así lo hice, con el consiguiente enojo de Andrea.

Una de las noches  siguientes fue realmente extraña: Se podía ver entre jirones de niebla, una enorme luna naranja suspendida en el cielo que proyectaba sobre la bahía unos destellos rojizos, casi mates.

A pesar de tratarse de un lugar excesivamente ruidoso, flotaba en el ambiente una extraña calma, quebrada solamente por el aullido de algún perro que sonaba patético.

El hotel estaba prácticamente vacío, pues todos los clientes, a esa hora, se encontraban en las discotecas o sitios parecidos.

Un violento estrépito atrajo mi atención y me asomé a ver si desde la calle conseguía enterarme de qué se trataba. En la habitación de Andrea se oían fuertes golpes contra el grueso cristal de los balcones y oí una voz que decía claramente: ¡No quiero nada tuyo!

Me pregunté extrañado con quién se estaría peleando, ya que pensaba que estaba sola, pues había pasado como una exhalación por recepción, pidiéndome la llave apenas unos minutos antes.

Cuando salí de nuevo a la calle, unos minutos después, encontré en el suelo varias manzanas a las que se les había extraído la pulpa de una manera extraña sin romper la piel que estaba intacta y brillaba.

Me volví sobresaltado al sentir una mirada clavada en mí. Se trataba de un gato, estaba delgado, casi raquítico, pero había algo en su mirada, en su expresión, que me hizo sentir un escalofrío.

¡¡Dios mío!! Aquello era algo diferente, aún siendo un gato, estoy seguro de que se trataba de algo distinto, porque nunca había visto un gato como aquel, no sé, serían mis nervios.

Me refugié en la recepción intentando tranquilizarme. Andrea nerviosísima había bajado de nuevo, esta vez buscaba una determinada marca de cigarrillos que al no encontrar en la máquina expendedora se puso más histérica todavía.

Le ofrecí los míos que eran de la marca que ella quería, entonces se tranquilizó al encender uno, y me contó lo de su relación sentimental. Me dijo que este mundo era una mierda y que ya no lo soportaba.

¡A mi me lo iba a decir!, que vivía rodeado de ella y me amenazaba una depresión larvada, tan grande o más que la que pudiera sufrir aquella extraña e inestable mujer.

¡Pero no se puede tomar una decisión de dejar esto como quien decide tomarse un  helado!, le dije.

¡Te equivocas, se puede, respondió!

Como quiera que por un instante me dio la impresión de que era capaz de hacerlo, intenté persuadirla, tal vez por agradecimiento, me tomo la mano con las suyas, transmitiéndome un extraño e intenso calor.

Andrea intentó suicidarse aquella noche, lo supe después, ya que instantes más tarde volvió su amante y me pidió, primero una fregona para limpiar  lo que Andrea había vomitado y después me pidió que llamase a una ambulancia para llevarla al hospital donde permaneció varios días.

Estuvo a punto de conseguir lo que se había propuesto que era: “dejar esta mierda”.

La chica grande y gorda fue la que me contó que había querido quitarse la vida ingiriendo polvos de los que utilizaba para hacer los conjuros, por eso manchaba tanto las sábanas.

Me contó que dentro de un cacharro de porcelana guardaba una especie de “Ser” que traía suerte y concedía todo lo que deseaba a quien lo cuidaba –en este caso a Andrea-, pero el que se comprometía a cuidarlo se convertía automáticamente en su esclavo, las manzanas que encontré con la pulpa succionada, eran uno de los alimentos preferidos de”aquello”.

Andrea debió de tirarlas en un cruce de caminos y no por la ventana, pues según dijo la chica grande y gorda, aquello le podía costar caro.

Me explicó también que el “ser” que contenía el cacharro era caprichoso como un niño al que había que mimar, y tener mucho cuidado de no irritarlo porque podía resultar muy peligroso.

Ya de vuelta a mi tierra y habiendo decidido no volver a trabajar definitivamente en aquel hotel, acudí a una sesión de espiritismo, todavía fuertemente impresionado por las cosas que ocurrieron en aquel lugar, intentando encontrar alguna respuesta lógica.

Una médium me dijo que veía un tiesto de porcelana y en su interior algo viscoso y parecido a una rana. Luego había algo de verdad en todo aquello.

Pasados unos días en el hospital, Andrea volvió al hotel ya repuesta. El furgón de vendedores de productos de limpieza en el que habían llegado se había ido sin ella, y sin la chica grande y gorda que fue obligada por la Guardia Civil a volver a su casa. Era menor de edad.

No hablé más con Andrea, ni falta que me hizo. Una noche encontré en la papelera de recepción un montón de papeles de Andrea, en los que ofrecía sus servicios como adivinadora y parasicóloga, con su dirección y teléfono, que tuve buen cuidado de no anotar.

Publicada por Juan Castellanos.

 
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4 Comentarios
  1. JUAN JOSÉ LAJARA dice:

    ¿Podéis dejar algún comentario en mi columna? Os estaría muy agradecido, gracias.

  2. anonimo dice:

    pues a mi no me ha gustado tanto como la del viajero extraño, juan mas intriga mas intriga

  3. JUAN JOSÉ LAJARA dice:

    MUY BUENA HISTORIA… ¿No se habrá presentado al artejoven?

    • Juan dice:

      No hijo, no se ha presentado, su autor podría ser tu padre, y te agradece que te haya gustado esta historia, tú sigue escribiendo que también lo haces muy bien.

 
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