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Hoy es Domingo 19 de Mayo de 2024  |  

El cacique de la isla colorada

 
 

 

La isla colorada era un maravilloso pedazo de tierra enclavada en un remoto rincón del Mediterráneo que emergía de las aguas azules y transparentes como por un extraño capricho de la Naturaleza.

Gran cantidad de árboles frutales de las más variadas especies y toda clase de plantas y flores crecían en su fértil y roja tierra gracias a la benignidad de su clima y a la laboriosidad de sus pacíficos habitantes. Además su situación geográfica la colocaba en un lugar privilegiado para el comercio, las comunicaciones y el turismo, estando sus calas coronadas de magníficos emplazamientos hoteleros donde acudían a su cita anual gentes de los más insólitos y variados rincones del globo, buscando la suavidad del clima y la claridad de la luz que la isla colorada poseía.

Sus gentes eran pacificas y hospitalarias como lo habían sido tradicionalmente a través de los siglos, pues todo el que llegaba a la isla con intenciones sanas y el corazón abierto era bien acogido y siempre encontraba una puerta abierta y una mano que le tendiera un pedazo de pan, un vaso de agua o simplemente que le indicara el camino a seguir si se encontraba con una encrucijada.

Pero igual que toda moneda tiene su reverso, el progreso aparte de haber llevado a la isa un bienestar económico y material, había ido deformando la imagen primitiva del lugar y degradando un poco su entorno poniendo en peligro su sistema ecológico.

Vivía en la isla, pues de allí era natural un personaje muy importante desde el punto de vista social y económico que había influido decisivamente en la situación de la isla colorada ya que era el dueño o socio de la mayor parte de las industrias, bancos, comercios e inmobiliarias, además, dando pruebas de inteligencia, constancia y aptitudes políticas había conseguido hacerse un nombre en este campo y como era merecedor de la confianza y apoyo de sus paisanos, había llegado a ocupar el puesto de senador, defendiendo con acierto las reivindicaciones y derechos del archipiélago que formaba la isla colorada con las otras islitas de los alrededores.

A pesar de encontrarnos en pleno siglo veintiuno y el feudalismo o latifundio haber desparecido o enmascarado bajo las más inusitadas formas, Andrés que así se llamaba este magnate de los negocios que tan afortunadamente sabía llevar, su vida era de lo más parecida a un señor de la época feudal, del Medioevo, aunque se hallaba rodeado de los más sofisticados y modernos adelantos técnicos, DVD, equipo de sonido estereofónico, aire acondicionado y una bellísima secretaria que discreta y eficientemente le servía una taza de café en el momento que la necesitaba sin tener que pedírsela, pues ella parecía adivinar sus deseos hasta el punto de ser incluso la redactora de muchas de las cartas en las que se decidían asuntos importantes.

Rodeado de una legión de personas instruidas adecuadamente, era atendido y agasajado por todos en medio de todo aquel mundo de eficiencia y confort: secretarios, pasantes, administrativos, chóferes, etc. Y nadie osaba contradecirle nunca. Pasaba el día resolviendo asuntos importantes y tomando trascendentales decisiones. Bastaba su firma para que cien obreros se quedasen sin trabajo, o por el contrario se creasen otros cien nuevos puestos de trabajo.

Era el clásico personaje tan discutido que si bien para algunos habitantes de la isla colorada había sido como un padre porque había creado muchos empleos, dándoles de este modo a ganar “mucho pan”, para otros en cambio, era el típico cacique explotador de la clase obrera que se había enriquecido y encumbrado a costa del sudor ajeno. Opiniones acerca de Andrés las había de las más variadas y de acuerdo con todo tipo de mentalidades, pero la duda como la mayoría de las veces en la vida se quedaba flotando en el aire…

Sin embargo, una cosa era evidente y es que se necesitaba una gran dosis de energía, voluntad y dedicación para controlar y dirigir toda la vorágine de asuntos y negocios que estaban a su cargo y tan enorme cantidad de líos burocráticos como solía tener siempre pendientes, era como una inmensa rueda que giraba interminablemente sin terminar de cerrar el ciclo, causándole gran fatiga y dejándole poco menos que exhausto y al borde del estrés.

Aquella tarde Andrés se dirigía a la suntuosa y confortable mansión que le servía de morada, prácticamente extenuado, había apoyado la cabeza cerca de la ventanilla y contemplaba desde la carretera que ascendía zigzagueante las calas recortadas y salpicadas de espuma por las olas que se estrellaban furiosamente contra las rocas mientras que los pinos mostraban su exuberante frescor a consecuencia de las lluvias que habían caído sobre la isla los días anteriores.

Estaba agotado física y mentalmente, pero se sentía muy satisfecho porque gracias a su laboriosidad e ingenio había creado aquel inmenso imperio financiero del que ahora se enorgullecía merecidamente, con hombres como él, otra cosa sería del país. A consecuencia de la crisis en el mundo, el futuro no se presentaba muy halagüeño, por eso no podía concederse ni un minuto de reposo y tenía que seguir trabajando, calculando, dirigiendo, había que luchar y luchar mucho.

Así transcurría su vida, hasta que un día…

Se levantó de la cama que encontró vacía, su esposa solía madrugar para salir a ver el amanecer o pasear por el jardín pues le encantaba hacerlo cuando aún estaban las plantas empapadas de rocío, por eso no le extrañó en absoluto hallarse solo, se puso la bata, se calzó las zapatillas y se dirigió al salón.

El fuego estaba ya encendido en la chimenea y los cristales empañados a consecuencia del calorcillo que se desprendía de los humeantes troncos, por el exterior resbalaban unas gotitas de agua a consecuencia de la escarcha y la brisa marina, se veía balancearse suavemente las altas copas de los pinos a través del ventanal.

Sobre la mesa estaba ya preparado el café, impregnando agradablemente la estancia con su aroma, todo estaba dispuesto y se sentó a la mesa, allí estaban las tostadas, el zumo, la mantequilla, la mermelada, sin embargo, la doncella había olvidado algo ¡el azúcar!

¡Paca, Paca, por favor!, la llamó con su voz bien timbrada de hombre equilibrado y seguro de si mismo.

Pero solo el silencio respondió: ¡Qué raro! Se dijo, se levantó y con pasos lentos y firmes, se dirigió a la cocina, pero allí no había nadie.

Llamó a su mujer ¡Isabel! ¡Isabel! Y le respondió el mismo silencio de antes, un silencio sepulcral, pesado, ¡inquietante!

Registró toda la casa y no encontró a nadie ¿Dónde se habían ido?; Los coches estaban en el garaje y no se veía ni rastro del chófer ni del jardinero. Los perros dormitaban como si no sucediera nada y aquel hombre firme, inconmovible, imperturbable sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Cogió su impecable Mercedes blanco y decidió dirigirse al pueblo.

Por el camino no se cruzó con nadie, lo que aumentó considerablemente su inquietud.

Al llegar al pueblo su asombro fue indescriptible, hacía ya varias horas que había amanecido y no se veía a nadie. Los coches en las aceras permanecían alineados, perfectamente aparcados, pero ni uno solo circulaba. Las barcas se balanceaban sobre las aguas del puerto casi imperceptiblemente pues no soplaba el viento, ni un solo ser humano se veía por la calle, paró el coche en mitad del asfalto y gritó ¡Hola! ¿No hay nadie aquí?

Solo respondió el silencio, aquel silencio indiferente y amenazador. Andrés estaba muy inquieto y empezó a correr por las calles vacías en busca de alguien para preguntarle que era lo que estaba pasando, su mirada se iluminó, se oía una música no muy lejana que le pareció lo más agradable que había escuchado en su vida, pero cuando llegó al local de donde procedía la melodía lo encontró tan deshabitado como todos los lugares en los que inútilmente había buscado una presencia humana.

¡No pueden haberse esfumado todos! –pensó con desesperación- pero parecía que había sido así y su angustia iba en aumento a medida que su búsqueda iba resultando infructuosa. Al final de una estrecha callejuela le pareció distinguir una silueta humana, ¡Era en efecto, un ser humano! Le llamó: ¡Oiga, por favor, espere! Sin embargo, la figura despareció…

Andrés corrió y corrió todo lo que pudo, pero fue en vano, se apoyó exhausto sobre la parte delantera de un coche, tenía la frente empapada de sudor y sus pulsos temblaban ¿Dónde estaban los demás? ¿Dónde se habían ido?

Entonces comprendió que sin los otros, él no era nada, y ya no tenía sentido su existencia porque eran precisamente los otros quienes se la daban, simplemente existiendo. Se había hecho a si mismo en tan pequeña y tan mísera parte, tan mínimamente, que ahora al verse solo y reconocerlo, no pudo evitarlo y lloró, su masculino pecho se estremeció compulsivamente en unos incipientes sollozos.

Una dulce voz de agradable timbre femenino, la de su esposa, le sacó de tan angustioso trance, ¡Andrés, cariño! ¿No vas a levantarte hoy? Es tarde y hace un sol espléndido. Andrés abrió los ojos, se pasó la mano por la frente todavía empapada de sudor y suspiró con enorme alivio.

¡Sólo había sido un sueño!

Juan Castellanos Gómez.

 
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Comentarios de Facebook
 
3 Comentarios
  1. ecoamig@ dice:

    Bravo Castellanos ” alfinal todo habia sido un sueño” un mal sueño.

  2. Mori dice:

    Eres el mejor Ecopoeta que he leído en mucho tiempo. Espero que sigas escribiendo en El Eco y que no nos prives nunca de tus increibles historias. Enhorabuena!!! Saludos.

  3. anonima dice:

    felicidades Juan otro gran relato

 
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