Carta a mi perro
Querido Boby:
Es la primera vez que escribo a un perro y no sé si es así como debo dirigirte esta carta, una carta que tú no leerás, porque los perros no sabéis leer.
¡Escribir a un perro! ¡Qué tontería!. Puede ser una forma absurda de perder el tiempo, sin embargo, hacemos tantas cosas que no parecen aparentemente absurdas y en cambio lo son. Hay muchas cosas que pareciendo sensatas son totalmente demenciales, tenemos el claro ejemplo de la guerra. ¿Hay algo más ilógico, inhumano y brutal?, por mucho que se empeñen en querer justificar la necesidad de su existencia con causas falsas y aparentemente lógicas. Pasamos noches enteras sin dormir para intentar aprobar unas oposiciones que luego no conseguimos superar. Engrandecemos a una persona con la imaginación y luego cuando la perdemos o nos falla, nuestra mente formula un interrogante: ¿Es capaz de dar más cariño un animalito que una persona?. A veces, la respuesta es tristemente afirmativa. Vivimos presos de nuestros anhelos, con las horas contadas y sumergidos en la inmensa vorágine de la vida moderna, sin tiempo para otra cosa que no sea sobrevivir y satisfacer nuestro ego, o inmersos en la abúlica desesperanza que supone ser uno más de los que integran las tristes filas del paro, como las integraba yo cuando estábamos juntos y éramos amigos. ¿Recuerdas Boby, nuestros largos e interminables paseos por las afueras del pueblo? Como no tenía dinero de sobra para pagarme un café y sí tenía en cambio muchas horas que matar, -olvidamos a veces que matar el tiempo es una forma de matarnos a nosotros mismos-, nos dedicábamos a recorrer juntos por las afueras del pueblo todas las sendas que salían hacia los campos, la rambla, aquel viejo castillo en ruinas sobre el que los cuervos volaban buscando cobijo en sus escombros, mientras graznaban desgarrando la calma de la tarde.
Me pasaba las horas contemplando las nubes pasar, los árboles, la hierba verde mecida por el viento, los pájaros dando saltitos sobre las rocas planas; me entretenía tirando piedrecitas a los charcos mirando los círculos concéntricos ensanchándose hasta recuperar las aguas su calmosa quietud, volviéndose a quedar inmóvil nuevamente. Hay siempre algo angustioso en el agua encharcada de los charcos turbios, cuando no los riza el viento o no se oye el chapoteo de las ranas, ni se ven esos surcos que trazan en su superficie los ingrávidos insectos, como algo angustioso hay también en la existencia de una persona sin trabajo como lo estaba yo en aquel entonces, veía pasar las horas por delante de mí, como pasan las nuves por el cielo asemejándose a pelotones enormes de algodón, mientras me preguntaba cuanto tiempo más duraría mi situación.
Tú, Boby, corrías intentando atrapar alguna rana, pero cuando llegabas, ellas ya se habían zambullido con una destreza que envidiaría Mark Spitz, y las burbujitas de aire bailaban en la superficie como diminutas perlas mientras emitías furioso unos estériles ladridos de protesta.
Entonces yo te llamaba y te acariciaba en la cabeza para que se te pasara la rabieta, al fin y al cabo, yo como tú, había querido alcanzar tantas cosas en la vida, había soñado realizar tantos sueños, y me había trazado tan imaginarias metas que nunca había podido alcanzar y que habiéndome resultado tan escurridizas a ti las ranas, había conseguido lo mismo que tú, ¡Nada!, me correspondías meneando la cola alegremente o lavándome las manos a lengüetadas y te lanzabas a perseguir a las mariposas, o intentabas coger una mosca al vuelo cerrando súbitamente la bocaza, parece que quisieras demostrarme con ello, al ejercer tu facilidad para encontrar nuevas y distraídas actividades, que siempre hay que volver a empezar, e intentarlo todo de nuevo, aunque nuestros esfuerzos hayan resultado vanos.
Pero… ¿Y las fuerzas, Boby? ¿De dónde sacarlas? Son demasiados rechazos, demasiada indiferencia ante tantos esfuerzos inútiles, y tantos intentos fallidos.
Al fin surgió la posibilidad de trabajar aquí, lejos de mi pueblo, ahora trabajo, sí, pero… ¿A qué precio?, tuve que dejarlo todo, el pueblo, mi casa, la familia, algunos amigos entre los que te cuentas, tú, que eres el mejor de todos, porque me aceptas como soy, sin ningún tipo de prejuicio social, y sin reprocharme nada, siempre dispuesto a acompañarme a donde fuera, incluso aquí, a varios cientos de kilómetros, si hubiera sido posible o las circunstancias lo hubieran permitido, ¡pero, no! Tuve que dejarte.
Me negué rotundamente a ponerte bozal ¿para qué? Si eres incapaz de morder a nadie, y mucho menos de llevarte atado, privado de la libertad de saltar y correr a tu aire, ejerciendo tu libertad, derecho fundamental que Dios otorga a los seres vivos, por este motivo, aquel perrero que sentía antipatía hacia mí, trataba en vano de atraparte para obligarme a pagar una multa, pero cuando se afanaba llamándote no hacías ni caso a sus esforzadas apelaciones. Cuando yo te llamaba lo hacía utilizando expresiones inglesas, “Come on”, Quiet! Already!” y tenias que conocer mucho a una persona para obedecerla si utilizaba expresiones diferentes de las mías.
Cómo me gustaría ahora poder jugar con mis sobrinos y contigo un partido de fútbol con aquel pequeño balón de rayas de colores, escuchando las risas de los niños y las suaves protestas de los vecinos por el alegre y ruidosos jolgorio que formábamos cuando ellos todavía no habían terminado de hacer la siesta.
Te recuerdo, Boby, y cuando veo a alguna persona paseando con su perro, siento envidia y la nostalgia me golpea como el aletazo de una gaviota, de esas gaviotas que tú no has visto volar ni verás jamás, ni tampoco el mar, el único mar que has visto, son los charcos de agua sucia y estancada cuando paseábamos por la rambla, ocasionales espejos de nuestras aventuras y desesperanzas.
Escucho intrascendente unos ladridos por la calle, y pienso con melancolía que no eres tú el que ladra y sigo anhelando que pasen pronto los meses, para tener en ti otra vez al amigo que no encuentro entre los demás hombres, porque… ¡es curioso!, sólo se valora la amistad de un animal cuando los humanos nos fallan ¡y nos fallan tanto!, pienso que tú no has visto el mar, mas no importa quizás, porque tú, ¡tú sólo eres un perro!, sólo…
Publicado por Juan Castellanos.
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no debiste dejarlo jamás
Otro gran relato de Juan Castellanos. Todo aquel que tenga perro que se responsabilice de él y de sus “heces”, totalmente de acuerdo, pero en lo de “menos cartas” ahí no, porque son historias muy bonitas las que nos ofrece Juan, así que espero que lo siga haciendo. Grande Juan, grande!!!
Gauuauaua. Guauaauau guauuauauaua
LIMPIAR LAS MIERDAS Y MENOS CARTAS.
Ante un relato tan bonito y ese perro que aparece en la pantalla solo se os ocurre pensar cosas escatológicas, mira que sois prosaicos.
ah si es un perro!! seguro que va en las listas del psoe, otro gandul más