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Hoy es Lunes 20 de Mayo de 2024  |  

EL extraño viajero

 
 

Cuando estaba trabajando de conserje en un hotel que había en una isla, fue aquel un trabajo en que tantas dificultades tuve que superar, pero que me proporcionó, sin embargo, experiencias como la que hoy me complace contaros.

Era una noche más de las muchas que me encontraba haciendo mi guardia nocturna en el hotel, desde las doce de la noche hasta las ocho de la mañana, no recuerdo bien si era una noche de principios de temporada o al final, que era la época comprendida entre Mayo y Octubre de cada año; lo que si recuerdo es que hacía bastante frío que se iba acentuando conforma avanzaba la madrugada y se oía como bramaba el mar al estrellarse contra las rocas de una cala cercana.

Las habitaciones habitualmente se vendían a las agencias de viajes que enviaban a sus propios clientes que hacían la contratación a través de ellas y a precios irrisorios, por lo tanto, era extraño que llegasen clientes directos sin haber contratado el alojamiento previamente.

Aquella madrugada sería poco más de la una, todo estaba en silencio, sólo se oía el chasquido de las olas golpeando las rocas de la orilla, o el viento agitando los espesos cañaverales de unos solares que estaban situados enfrente.

A consecuencia de la brisa marina, la puerta que era toda ella de cristal se había empañado y más que ver, adiviné la figura de una persona que se había situado frente a ella.

Abrí la puerta para que entrara, se trataba de un señor mayor, alto y delgado, de gran porte y elegancia, vestía al estilo clásico inglés, sin faltarle el típico sombrero de hongo, y cosa curiosa era el paraguas que llevaba en la mano izquierda, teniendo en cuenta que en aquella isla maldita jamás llueve, sujetaba junto al paraguas un pequeño bolso de mano y en la otra mano, en la derecha sostenía una maleta de tamaño mediano, fabricada en piel, material que tanto les gusta a los ingleses, después de cogerla, advertí que apenas pesaba.

Lo curioso fue que cuando fui a cogerla para intentar ayudarle y al hacerlo mi mano rozó superficialmente la suya, no pude evitar sentir un estremecimiento, estaba tan helada que me llamó poderosamente la atención, era un frío más intenso que el de un trozo de hielo, pero no era un frescor húmedo, era un frío seco, tan extraño que me turbó por un momento.

Di la vuelta a la barra de la recepción y le pedí el pasaporte, firmó la ficha de la policía, le entregué la llave y se dirigió al ascensor.

Debía ser su ropa, pero olía intensamente a naftalina o algún producto parecido de los que se utilizan para conservar la ropa en los armarios sin que la estropeen las polillas, y tanto la funda del pasaporte como la maleta, despedían un  fuerte olor a piel, algo así como a cuero rancio a pesar de estar perfectamente conservadas, lo atribuí a que tratándose de un anciano que hacía tiempo que no viajaba, debieron estar demasiado tiempo guardados.

Siguió transcurriendo la guardia, y ya no pensé más en él, era tanta la gente y tan extraña que venía al hotel y se veía en un trabajo como aquel, que acaba uno no asombrándose de nada por extraño que fuera lo que viese.

Debí quedarme “traspuesto” con los brazos apoyados en la barra, y poco antes de amanecer desperté sobresaltado, encontrándome al despertar con una inmensa mirada azul y un bigote color rubio panocha frente a mí. No lo oí bajar y me pareció raro, porque siempre ponía un enorme cenicero en las puertas del ascensor para que cuando lo llamasen desde las plantas superiores golpease las puertas y así despabilarme, pero debió bajar por las escaleras las cinco plantas. Me pareció extraño tratándose de un viejo y cargado con las dos bolsas y el paraguas y me sentí culpable de haber utilizado el viejo truco de colocar el cenicero en las puertas del ascensor.

Le extendí la factura que pagó con unos extraños billetes impecablemente nuevos y algo pálidos que yo no conocía a pesar de ser libras esterlinas, pero como acuñan billetes de banco en los diferentes países que forman el Reino Unido, en los cuales no aparece la cara de la reina Isabel II, no me sorprendió, pues vienen ilustrados con castillos, dragones, animales y otros motivos pintorescos.

Además  este caballero procedía de una parte de Escocia, Aberdeen, y me dejó como propina, muy generosa por cierto, de varias monedas de una libra, que estas si llevaban acuñada la efigie de la soberana inglesa. Le di las gracias y se dispuso a marcharse.

Cuando le pregunté si quería que le llamase a un taxi para que le llevase, supongo que al aeropuerto me respondió que no era necesario y puede observar, no muy bien, a través de los visillos que estaban entreabiertos como llegó a recogerlo un enorme automóvil de color negro, tipo Rolls & Royce, del que me llamaron la atención las enormes curvas redondeadas y brillantes de los guardabarros de las ruedas traseras.

Aquella mañana, cuando llegó la recepcionista a relevarme le expuse rutinariamente lo que había habido referente al trabajo durante la noche y me marche tranquilamente a dormir.

No lo supe hasta la mañana del día siguiente. El director del hotel que llegó más temprano de lo habitual, me preguntó que quien me había pagado con aquellos billetes que estaban fuera de curso legal.

Con toda naturalidad le respondí que el caballero inglés que la noche anterior había ocupado la habitación 502.

Me dijo que no era posible; en primer lugar porque la habitación había amanecido intacta, sin señales de haber sido usada, ni siquiera abierta, y en segundo lugar, porque los datos con que rellené la ficha pertenecían a un tío abuelo de su esposa, -estaba casado con una británica- Mr. Thomas McKey y hacía quince años que había muerto.

Sólo me quedaba la firma en la ficha, al parecer auténtica, para apoyar mi reiteración de los hechos, pero las risitas mal contenidas de las mujeres que hacían la limpieza, y sus comentarios (en voz baja) de que desaparecían de las habitaciones las botellas de bebidas alcohólicas que dejaban los clientes cuando abandonaban el hotel, me hicieron comprender, que ante una experiencia como la que acababa de vivir, me encontraba desesperadamente solo.

Publicado por Juan Castellanos.

 

 
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6 Comentarios
  1. ester dice:

    crack Juan muy bueno Juan, ahora nos falta algo del Duende y la semana completa

  2. ele dice:

    Queremos otra anecdota pronto, parece el principio de un libro, queremos leer más historias como ésta, felicidades Juan.

  3. Guardiola dice:

    felicidades Juan, vales mas de lo que piensas.

  4. Pep dice:

    Muy bueno Juan, he sentido escalofrios en varios momentos de tu relato. Sigue escribiendo.

  5. Paloma dice:

    felicidades Juan muy buen relato, ya esperabamos algo asi tuyo

  6. Dori dice:

    Juan, has conseguido emocionarme, "se me han puesto los pelos de punta". Ya ni llevo la cuenta de las veces que lo he leído. Me encanta como lo cuentas todo, ENHORABUENA!!!
    P.D. Nunca se está solo cuando se es buena gente, y tú lo eres.

 
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