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OPINIÓN: ‘Julen, el hijo de todos’, por Antonio Toral

 
 

Muchos creíamos que podía existir un resquicio de luz y de esperanza. Jugadas irracionales de nuestro tribal cerebro. Fríamente, no había espacio para la vida en aquel agujero, bajo ese maldito tapón de tierra.

La madrugada del pasado sábado se ponía fin al rescate del pequeño Julen con el peor de los desenlaces posibles pero, al menos, con el cuerpo del niño en manos de sus familiares. Rescate que, como pocos, ha tenido a toda España en vilo, consternada durante los algo más de 12 días que ha durado la mastodóntica y titánica operación de rescate. 299 horas y 25 minutos desde que aquel fatídico domingo 13 de enero entrara en el 112 de Málaga la primera llamada de emergencia. Casi 300 horas de calvario infinito durante las que se hizo todo lo humanamente posible por liberar al pequeño de la montaña con la esperanza de que esta nos lo devolviera con al menos un fino y tenue hilillo de vida.

«Julen es como si fuese el hijo de todos», era la contundente frase con la que Ángel García Vidal, portavoz del equipo técnico del rescate, se dirigía el viernes 18 a los medios y, a través de ellos, a toda una opinión pública ávida de conocer la evolución de unas operaciones de rescate que integraban a cerca de 300 efectivos de toda condición y tipo. Una frase que pretendía a la vez acallar las primeras voces críticas que cuestionaban la idoneidad y la capacidad de los medios desplegados en el lugar del suceso. Lo que no podía presumir nadie, posiblemente ni siquiera los más agoreros, es que aún restaban por delante otros siete largos días hasta que el pequeño por fin fuera liberado de aquella maldita ladera rocosa.

Descanse en paz, pequeño ángel. En efecto, has sido y serás el «hijo de todos», pues pocos amaneceres resultarán más tristes que el de aquel reciente 26 de enero.

Pero, paradojas de este mundo, el dolor y el desaliento han sido directamente proporcionales a la intensidad y valor del mensaje que el salvamento del pequeño nos deja. La lucha por la vida de Julen nos ha dejado un irrefutable y sublime ejemplo de fraternidad, profesionalidad, valor, honestidad y concordia.

Durante los días del rescate, un texto escrito por un tal Sergio Acedo, un ciudadano más, se hacía viral en redes sociales. En él venía a destacar la capacidad que como pueblo tenemos para lograr cualquier horizonte propuesto, por lejano y complejo que sea. Mineros de Asturias, tubos para el encamisado fabricados en Murcia en tiempo récord, una excavadora de las obras de la madrileña M-40, Guardias Civiles especialistas en rescate y explosivos, bomberos de Málaga, psicólogos, voluntarios; todo un pueblo volcado con todos los integrantes del operativo de rescate. Pero Sergio Acedo no se quedaba ahí, sino que en su texto también destacaba algunos datos de reseña, como que nuestro país encabeza la clasificación mundial en donaciones de órganos, o que somos el que más misioneros aporta en la lucha mundial contra la miseria, la pobreza y el hambre.

Todo ello lanza un mensaje inequívoco: el pueblo español es tremendamente solidario. Probablemente porque a lo largo de nuestra historia hemos sido un pueblo acostumbrado a lamernos las heridas más que a disfrutar de nuestras glorias. Hemos luchado siempre contra nosotros mismos o contra el extranjero. Sabemos lo que es el dolor ajeno porque tenemos muy presente, y en muchos casos reciente, el martirio y el sufrimiento propio. A la vez que durante nuestra historia, la abundancia ha representado la anécdota; y la escasez, la norma. Sabemos empatizar con el desfavorecido como pocas sociedades del mundo, y ya quisieran en muchos rincones del planeta que una vida valiera en su territorio lo que vale en el nuestro.

Y el rescate del pequeño Julen no es más que un ejemplo de tantos otros. Basta darse una vuelta por cualquier planta de cualquier hospital o ver cómo trabajan los servicios de emergencia y sanitarios para enorgullecernos de vivir en el país que vivimos.

Y allí, en Totalán, nuestra solidaridad se ha mostrado al mundo alcanzando cotas extraordinarias de paroxismo. Seres humanos de categoría incalculable que han arriesgado su vida para tratar de sacar al pequeño de aquella montaña. Profesionales que ya habrán vuelto a sus hogares, trabajos y lugares de destino. Héroes anónimos, esquivos con cualquier notoriedad o afán de protagonismo. Ningún medio hablará de ellos, probablemente nunca más. Pero seguirán ahí, dándolo todo, arriesgando su mundo por la vida de otros. Profunda admiración y respeto a vuestro heroico e incansable esfuerzo, y sí, en efecto, Julen ha sido y será el «hijo de todos».

Antonio Toral Pérez

 
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