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Lo que nos distingue

 
 

Luis Javier Fernández Jiménez

Hace unos días visité una exposición de pintura de la autora Ana González Candela, una chica que ha dejado sus obras al alcance de los jumillanos en la casa del Artesano a través de una maravillosa exposición. Dicha exposición muestra una variedad de lienzos, muchos realizados con la técnica de acuarela y otros sobre tabla, y de una forma sutil se combinan diferentes variedades cromáticas proyectadas sobre un fondo que recrea árboles, árboles deshojados y cubiertos con escasa vegetación.

Muchos de ellos aparecen como el elemento central de la composición pictórica. Miro detenidamente un cuadro y otro, apreciando el contraste de colores -casi todos son cálidos, primaverales- cuyo matiz agrada completamente a la vista. Desconozco qué puede representar para dicha autora la simbología de retratar exclusivamente árboles; aunque también tiene diversas obras que escenifican elementos de la naturaleza, paisajes que han sido pintados con la técnica al óleo, pues estos parecen salirse del lienzo por la fina apariencia que tiene como si se viera una fotografía que capta muy bien la luz.

Contemplo cada cuadro detenidamente, mientras me fijo en las sombras, en el equilibrio cromático y la percepción de esos paisajes que rebosan en sus obras. Al ver cada lienzo, lo primero que transmiten (algo completamente subjetivo) es la mansedumbre de la naturaleza. Claramente se nota que las obras expuestas están hechas por la mano de una mujer, que además de retratar la naturaleza también, imagino, pretende evocar el valor de la feminidad.  Y digo feminidad porque ésta se asocia a la creación de un ser que irá tomando forma: la creación de la vida. Esa sinergia entre una cosa y la otra han marcado durante mucho tiempo a diversos pintores del Romanticismo, como a Botticelli.

Quien tuviera muy presente en su pintura el valor de la mujer en el mundo. Ejemplo de ello es el Nacimiento de Venus. Pues la relevancia de la feminidad  que ha inspirado a muchos pintores es una manera de plasmar que, tanto la mujer como la naturaleza, son las que crean la perpetuación de un ciclo vital. Ambas son las que crean una continuidad evolutiva a lo largo del tiempo. La única diferencia es que una mujer (por razones biológicas, claro) tiene un periodo de gestación y de fertilidad determinados; mientras que la naturaleza reporta una fertilidad cíclica, reposada a lo largo del tiempo, incluso estableciendo un equilibrio entre lo que crece y decrece.

Volviendo a la cuestión. Todas estas obras pictóricas evocan la gestación de la vitalidad. En un cuadro y en otro aparece el elemento central: árboles. Pues no siempre un lienzo tiene el mismo cromatismo, siluetas distintas y una luminosidad diferente; así que todo queda con el mismo fondo pero de distinta forma.

Y ante ello me pregunto: ¿qué es lo que diferencia a un artista de otro sino el estilo?, pero ¿qué es el estilo? ¿Es una forma particular de llevar a cabo los procesos artísticos? ¿Aquello que marca la diferencia entre un artista y otro? ¿O es todo aquello que identifica a una persona? Los griegos estaban muy obsesionados con el estilo de la obras, es decir, establecían unos determinados patrones de belleza y armonía, asociando muchas veces la perfección y el equilibrio como el elemento central de lo que entendían por estilo.

Ya de por sí,  es un término relativo, puesto que cambia su connotación a lo largo del tiempo. Hoy tener estilo parece que es tener un semblante a la última tendencia: ser un “gafapastas”, un hipster, vestir con pantalones de pitillo replegados hasta la altura de las rodillas, tintarte el pelo con mechas californianas. No sólo ser, sino también aparentar un esnob. Y todas estas cosas a las que no tengo ninguna aversión. Me parece que es una forma de crear una identidad individual. Identificarse con una psicología que nos define. Por esa razón nos hemos vuelto un poco vulnerables a la hora de vestir de una forma o de otra. Cada cierto tiempo, un estilo se alterna por otro, y los estereotipos y arquetipos se vuelven caducos con mucha facilidad.

A la vista de ello, admiro a esa gente que, ante los cambios de identidad que reporta la sociedad, siguen manteniendo su estilo personal. No tienen esa necesidad de cambiar su pelo, su vestimenta, su manera de identificarse socialmente; por eso mismo cuesta conservar la idiosincrasia de la individualidad. Es muy frecuente que nos etiqueten con eso de “tener estilo”. ¿Qué es lo que caracteriza entonces a una persona con estilo? O incluso esas delimitaciones cuando se dice “rompe con el estilo de su época”. El debate estriba muchas veces entre lo convencional y lo conservador. Y cuando digo convencional me refiero a lo que entra dentro de la norma establecida, de todos los atributos que tienen que caracterizar a los individuos.

Por eso cuesta muchas veces mantener la verdadera identidad personal, cuando una mayoría se obsesiona tanto con el estilo estético y con la última tendencia de la moda. Lo difícil está muchas veces en la consonancia entre lo que se tiene y lo que se aparenta. Y ahí, es donde precisamente eso que llamamos estilo entra en juego: en mantenerse uno a gusto consigo mismo, donde su individualidad no se altera frente a los cánones que imponga la sociedad. Quizá el verdadero estilo,  radique en conservar los atributos, el fondo, la singularidad, cambiando la forma pero no el fondo. Una virtud en cuestión, ya que lo difícil es algo tener algo que te diferencie del resto, sin necesidad de cambiar ante nada ni nadie.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
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