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Hoy es Jueves 28 de Marzo de 2024  |  

El Tren de la muerte – Luis Javier Fernández Jiménez

 
 

Luis Javier Fernández Jiménez

 

Muchos lugareños de El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y México, afrontan verdaderos estragos para conseguir el sueño americano. Es difícil de explicar, pero al menos no dejamos de tomar consciencia, que en la mayor parte de estos países, las condiciones de vida son bastante agónicas; sobre todo para quienes escasean de recursos económicos.

Un motivo -entre otros, principalmente- que lleva a miles de personas del centro de Latinoamérica a emigrar fuera de sus  hogares: un resorte por el que arriesgan su vida expuestos a cualquier peligro. Especialmente, para aquellas personas cuyo entorno está repleto de conflictos civiles, militares y políticos.

Si además de éso, añadimos que, casi el 60% de las regiones centro-latinas, lidian con una precariedad económica, donde la mano de obra barata se maximiza -o se ha maximizado- en las últimas décadas, las condiciones de vida para muchos hondureños, guatemaltecos, nicaragüeños, incluso para muchos mexicanos, se ven con grandes dificultades para una vida digna.

Quienes deciden emprender el sueño americano, por la proximidad fronteriza entre México y Estados Unidos, están dispuestos a hacer cualquier tipo de hazaña para conseguir pasar la frontera que separa a un país de otro. Una de las proezas -aunque más  bien podríamos decir-, un valor sobrehumano, es recurrir a un tren de mercancías para conseguir el viaje migratorio y poder llegar a Estados Unidos.

Es uno de los trenes más conocidos, tanto por su envergadura en el ámbito del transporte: un medio enclave para llevar metales y productos de primera necesidad; como por su ferocidad para cobrarse las vidas de los miles y miles de inmigrantes que se suben a sus vagones, o por mejor decir, encima de  éstos; centenares de personas se apiñan en el techo de la locomotora, o incluso en las paredes, encaramados en cualquier trozo de metal, escalerilla, ranura, o en cualquier lado donde pueda caber el cuerpo de una persona.

El peligro reside cuando centenares de personas quieren subirse a bordo, cuando el tren está en movimiento. Emprende su ruta desde la región de Arriaga, (Chiapas, sudoeste de México); transitando por casi todo el centro del país. Cada cuantos kilómetros, el fragor de sus motores despierta la audacia entre las gentes, esperando como agua de mayo el paso del tren. Una vez que lo tienen a su alcance, se lanzan sin reparo alguno para subirse a bordo.

Pero durante los miles de kilómetros de recorrido, muchos hombres y mujeres se exponen a diversos peligros; primero, a ingeniárselas como puedan para no ser detectados por los controles de inmigración; segundo, a la tentativa de todas las mafias que, si bien es cierto, éstas aprovechan para extorsionar, saquear, violar, o cualquier tipo de vejación inhumana con la que puedan obtener algo de los inmigrantes.

Ante su falta de documentación y de recursos, se convierten en un blanco fácil tanto para los malhechores, como para los funcionarios corruptos, quienes no se apiadan de ninguna manera de los desvalidos que llegan a hacinarse en el tren. Al cabo del año, son centenares de personas que urden su viaje migratorio, asumiendo profundos riesgos y que no desisten en su intento.

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La necesidad de traspasar la frontera no entiende de límites; de modo que las consecuencias son nefastas: llegando incluso, a la propia muerte. La gran mayoría de inmigrantes que deciden subirse a bordo del Tren de la Muerte, ante la certeza que pueden tener de un control de inmigración, o incluso por el miedo de ser deportados o detenidos por las autoridades, saltan de la locomotora en pleno trayecto; una consecuencia por la que muchos, llegan a perder un miembro por ser arrollados entre los raíles de la máquina; otros son decapitados; otros fenecen al intentar guarecerse de los controles. Pero son muy, muy pocos, los que consiguen llegar con vida a Estados Unidos consiguiendo alcanzar sus metas.

Ante dicho fenómeno, resultaría algo simplista echarle la culpa al gobierno de México, en tanto en cuanto no asume ninguna responsabilidad en el control de la ilegalidad migratoria. Demasiado hacen muchas ONGs para combatir con el problema, que viene gestando otra serie de problemas, como las mafias que se aprovechan de la situación. Igual manera, pero de diferente desarrollo, ocurre con los refugiados en Siria y Palestina, o incluso con todos los inmigrantes que provienen del norte de África hasta la isla de Palermo, donde las guardias costeras de Italia se afanan por evitar el ahogamiento de mujeres y niños.

¿Cuántas mafias no se aprovechan de situaciones parecidas, donde la gente de un lugar, se ve obligada a partir a un territorio nuevo y desconocido? Ése es uno de los grandes planteamientos en el que hay que hacer hincapié: en la prevención e intervención contra las hampas que aprovechan los movimientos masivos de personas.

Gente que está dispuesta a pagar cualquier cuantía para conseguir pasar una frontera, vía marítima o terrestre. Y en el caso de la masificación centro-latina, el asunto no tiene mesura, o parece no tenerla. Y es que el gobierno de México, o parte de él, hace la vista gorda o prefiere mirar para otro lado, de la misma manera que ocurre con los gobiernos latinoamericanos.

Pero también habría que decir, al respecto, que parte de los secretarios de Enrique Peña Nieto, en especial el Secretario de Asunto Exteriores, Miguel Ruiz Cabañas, disuelve poco a poco la problemática migratoria, por contradictorio que pueda parecer.

Quizá sea más difícil remediar el asunto cuando las autoridades consienten la extorsión y las amenazas, o por lo menos toleran la presencia de las mafias; podría pensarse que es una manera de “limpiarse las manos” por parte de la policía mexicana: alimenta más el problema de la inmigración ilegal, es decir, destruyen la documentación de algunos ciudadanos para que no puedan tener acceso de una frontera a otra.

Una práctica que, aunque no lo parezca, es difícil de denunciar por las víctimas, a la vista de su difícil situación para tener un respaldo de las autoridades. En ese sentido se produce una vulnerabilidad a los Derechos Humanos; pero sobre todo es una forma de amedrentar la inestabilidad, y de crear la necesidad, o bien de una manera u otra, de desafiar las barreras para llegar a EE.UU. Lo cual, sin embargo, es como la pescadilla que se muerde la cola; lo que intenta solucionarse por un lado, se agrava por otro. Como si fuera una enfermedad que no tiene tratamiento. O cuyos métodos paliativos, en sí mismos, son un verdadero problema.

 

 
 
 
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