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Hoy es Viernes 29 de Marzo de 2024  |  

OPINIÓN – “Permaneciendo en jaque”

 
 

Luis Javier Fernández Jiménez

Aprovechando que en los próximos días se va a celebrar en nuestra localidad la conmemoración por el XXX Centenario de Club de Ajedrez Coimbra, un evento inaudito hasta la fecha, no quiero pasar de inadvertido el evento en mi agenda. Y es por ello que también me gustaría señalar, como pedagogo que soy, la relevancia del ajedrez como herramienta educativa. Hace algunos años, cuando estudiaba en la etapa de Primaria, en el centro educativo donde era alumna, se llevó a cabo unas actividades extraescolares cuyo desarrollo era el ajedrez, y los desafíos que plantea éste como juego de ingenio. Puede que durante las muy pocas horas extraescolares que asistía a los seminarios, me resultara tedioso, poco motivador, incluso algo meramente pasajero con lo que tener algo de entretenimiento; pero con los años he ido comprendiendo, que la vida cotidiana se concentra sobre un tablero de ajedrez: la manera de afrontar un problema, circunstancias imprevisibles que truncan un cambio de planes, el autocontrol, establecer unos límites, priorizar en cuestiones adversas, sopesar un problema de difícil solución y, sobre todo, cómo tener un control sobre ti mismo y tus actuaciones.

fotoEl ajedrez te obliga a pensar antes de actuar, meditar con audacia antes de mover una ficha y ganarle terreno al adversario. La manera de mantener un empaque de concentración; una actitud modesta y meditabunda en todo momento. No hay nada que incite más a ser precavido y sereno que una partida de ajedrez. Y lo cierto es que estas ardides que comento, son destrezas que se requieren en la vida cotidiana. Sin embargo, en cierta medida, día a día ejercemos distintos comportamientos por inercia, sin priorizar, ni meditar, ni sopesar cuán hostilidades se nos presenten. Frente a todo eso, el propósito de la tarea educativa es dotarnos de recursos para resolver los diversos problemas que se nos presentan el día a día.

Pero hablar de educación ya supone de por sí un gran debate, una ardua disertación sobre la que no voy a entrar por el momento. Pero tampoco hace alta una luminaria profesionalidad pedagógica, sino más bien un adarme de sentido común para darse cuenta que, por lo general, las escuelas “sobreexplotan” a los alumnos con aprendizajes memorísticos; a veces incluso una saturación de conocimientos inundan las cabezas de los discentes para luego escribir sobre un examen, todo aquello que se ha ido gestando en la clase magistral. Lo cual, ciertamente, eso es una manera de menguar las capacidades cognitivas, la capacidad de discernimiento y razonamientos lógicos; una manera vetusta e involutiva de curtir a un alumno como un ciudadano lúcido, crítico, y librepensador. Y en vez de contribuir a que nuestros hijos o alumnos, se doten de mecanismos de supervivencia (como la cultura) para que lidien con hostilidades, y sobrellevar las puñaladas traperas que da la vida, en vez de contribuir a crear ciudadanos honrados y que nuestra sociedad garantice un futuro para las generaciones venideras, vamos tolerando que los niños, a edades más tempranas, queden ensimismados frente a la pantalla de un teléfono móvil, con una gran dependencias a los videojuegos; razón por la cual, luego manifiestan ansiedad, frustración, cólera, resignación, alteraciones anímicas: síntomas de un comportamiento claramente adictivo.

Y, bueno, en base a esa tolerancia, sólo hay que ver su desarrollo como tales, esto es, como objetos de una industria que engatusa irreductiblemente a niños y niñas que van quedando despojados de mecanismos de supervivencia, recursos con los que luego tendrán que hacer frente al mundo laboral, a la vida social, a un mundo competitivo y voraz. Poco a poco, van quedando más indefensos para encararse a las vicisitudes cotidianas; y en vez de crear ciudadanos críticos, se gesta presas del sistema, lacayos de una tendencia inmensurable, imbuidos por la efervescencia de las tecnologías emergentes y todo las industrias de los videojuegos. Y paradójicamente, puede que las consecuencias no sean visibles de inmediato, pero a corto o largo plazo se recolectará esa holgura ancestral, de la que todos, especialmente las sociedades occidentales, en mayor o menor medida somos tolerables en cierto modo.

Quisiera argüir también que el acicate del ajedrez contribuye a ser prudente, a descartar una opción para elegir la más viable de las opciones; éso es precisamente el propósito de un educador: cultivar en la mente del alumno la reflexión para que, cuando se le presente una situación problemática, éste sea capaz de encontrar la respuesta más óptima. Una panoplia que han asumido todos los maestros de ajedrez. Porque también merece la pena destacar, que tú puedes ser un maestro consagrado del ajedrez, el campeón de España, o del mundo, el rival más vigoroso con el que se puede jugar y, al mismo tiempo, puedes estar considerado como un mierda, siendo para la sociedad prácticamente un don nadie. Y, por el contrario, puedes ser un futbolista de primera división, un tipo egocéntrico, putero a más no poder, depravado, un pérfido en extremo que va por la autovía a más de 140 km/h con un Ferrari, y tener más de 7 millones de seguidores en tu cuenta de Twitter, venerado por donde vayas, despertando el clamor por doquier de la gente.

No es menos importante señalar en relación a todo lo dicho que, tal y como se presenta el panorama, las generaciones venideras (entre las cuales también me incluyo yo), estamos encasilladas en un punto de partida donde permanecemos en jaque, al acecho de un ataque al que sólo hay dos opciones: ganar o perder, frente a las exigencias de la sociedad, del mundo laboral absolutamente putrefacto, de un país envilecido a manos de las élites políticas y económicas, y de una Europa en declive. Un filo en ambos extremos, donde la audacia es la mejor virtud. Tal cual es una partida de ajedrez. Y ante ello habría que preguntarse: “¿Cómo salimos de esta?”.

 
 
 
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