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Los fósiles de la bonanza

 
 

Luis Javier Fernández Jiménez

Cuando había suficientes recursos con los que autoabastecernos nadie se jactaba de ningún tipo de fortuna. Quizás porque había demasiadas razones por las que no ser precavidos, o motivos por los que se tenía una incesante necesidad de producir y por lo tanto un abanico de posibilidades para que cada ciudadano llegara a suplir sus necesidades. Durante de la década de los noventa –y digo los noventa por el gran auge económico que brotó en este país–, se llegó a crear –de manera bien desmesurada– un confortable estilo de vida, donde todo el mundo tenía que gozar de unos cuantos privilegios.

Valga de decir que, desde 1998 hasta 2005, se había puesto de moda el dilema de o te hipotecas o vives. Lo cual supuso para el sistema un creciente ritmo de edificación, consolidándose el dogma de Spanish Way of Life; razón por la cual muchos jóvenes, viendo accesible un puesto de trabajo, abandonaron sus estudios para adentrarse en la construcción a la merced de la demanda de mano de obra. De esa manera y no de otra, se forjó un sistema de excedentes: todo el mundo tenía esa necesidad de comprarse una vivienda, un adosado, un dúplex, un apartamento en primera línea de playa…

La osadía de las empresas constructoras no dejaban de mermar, y por bandeja tenían –la gran mayoría de entidades constructoras e inmobiliarias–, la edificación de terrenos no urbanizables: en primera línea de playa, cualquier solar, o incluso parte de un parque natural. Llegando, por tanto, a la deforestación de los recursos. Porque no había otra manera de incrementar el PIB que no fuera por medio de la inversión del ladrillo. Se perfiló, poco a poco, una tendencia a incrementar el precio de la vivienda,  (pues en 2005, el precio de ésta oscilaba en 2.516 €/m2): de modo que es evidente el beneficio de los constructores y el sector de la construcción.

Y al hilo de la cuestión, las entidades bancarias otorgaban “facilidades” a cierto tipo de interés, dando créditos para facilitar la hipoteca; junto a ello, se sumó la extensión del pago de ésta de 20 años, a 40. Al llegar a 2007, se creó por diversas razones el desbordamiento de un conjunto de excedentes (la caída del banco estadounidense Lehman Brothers) que, paulatinamente, proyectó en Europa un efecto dominó.

Ya no era una cuestión de valores bursátiles, sino una crisis sistemática la que iba asolando a Europa y a nuestro país. ¿Nadie supo entonces que el sistema tenía que estallar por algún lado? ¿Ningún ciudadano tenía una ligera certeza de dónde podríamos acabar? ¿Qué previsiones se tenían por aquel entonces de futuro?

Valga a añadir, al hilo de esta retahíla, durante la década de los noventa se ha tenido el mayor periodo de bonanza de la Democracia; pero también fue el periodo donde más ambición, despilfarro, y donde más sinvergüenzas han habido por metro cuadrado. Fuera que quienes fueran los culpables (empresas constructoras, entidades bancarias, concejales de urbanismos, consejeros, alcaldes, etc); está claro que han salido impunes de haber condenado a un país a la miseria, a la deforestación y a la desigualdad.

Una de las poquitas cosas más hermosas que puede tener este país, sin ninguna duda, es el patrimonio de paisajes dondequiera la vista otear. Pero cuando uno pasea por la calle, y a su alrededor contempla, un forjado de hormigón de un edificio, la grúa de un bloque de pisos y otro, y un batiburrillo de viviendas donde no vive nadie, se pregunta: ¿nadie sabía que esto podía de ocurrir?

Y entonces hay una profunda tristeza, o, mejor dicho, una extraña impotencia de ver que un país bien lustroso de arboledas y de paisajes, ha quedado en un conjunto de fósiles de la bonanza económica, dejando a su vez, una España corrompida repleta de desigualdades. Pues como ya apuntara José Luis Sampedro: “No es que hayamos vivido por encima de nuestra posibilidades, es que ésas eran las posibilidades que teníamos para sobrevivir”. Y tal vez, no en estos tiempos, que al parecer hay una cierta “recuperación”, pero quizá en un futuro tengamos el coraje de devolverle a nuestro país el terreno que nunca se debió de aprovechar para levantar el suelo. Qué menos.

 
Los fósiles de la bonanza
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El Eco de Jumilla

 
 
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2 Comentarios
  1. Luis Javier dice:

    Estimado internauta o lector del Eco, antendiendo a tu comentario, el cual es muy fácil de hacer sin dar la cara por tu parte, bien estás en tu derecho de expresar tu opinión sin identificarte, me suscita decirte que no descarto que sobre el tema se haya escrito en abundancia. Al mismo tiempo, tampoco desestimo que otros muchos artículos que sustenta ideas similares o parecidas profundicen más. Si tu manifiesta expresión es la conjetura que concluyes lo lamento por ti; pero eso es lo bueno de los artículos de opinión, en tanto en cuanto no están redactados a la medida de nadie, y por lo tanto donde unos encuentran algo interesante, útil de especial interés, otros puede apreciar discrepancias, disgregación, demagogia, tautología, un texto baladí o incluso una nonada. Considerando tu comentario como un contundente carácter pendenciero, te digo que tu intencion queda en vano en la medida que comentarios como éste, no me aguardan indiferencia ninguna sino como un proceso de retroalimentación. Y, respecto a lo que dices de mi novela, no sé que diantres tiene que ver con el artículo, ni tampoco como ha llegado a ti esa información. Pero ya te adelanto que no está hecha para deslumbrar a nadie y muchos menos a tipos o tipas como tú. Como autor de lo que escribo soy consciente de mis palabras, no de lo que puedas interpretar tú. Que te sean leves tus menesteres.Estimado internauta o lector del Eco, antendiendo a tu comentario, el cual es muy fácil de hacer sin dar la cara por tu parte, bien estás en tu derecho de expresar tu opinión sin identificarte, me suscita decirte que no descarto que sobre el tema se haya escrito en abundancia. Al mismo tiempo, tampoco desestimo que otros muchos artículos que sustenta ideas similares o parecidas profundicen más. Si tu manifiesta expresión es la conjetura que concluyes lo lamento por ti; pero eso es lo bueno de los artículos de opinión, en tanto en cuanto no están redactados a la medida de nadie, y por lo tanto donde unos encuentran algo interesante, útil de especial interés, otros puede apreciar discrepancias, disgregación, demagogia, tautología, un texto baladí o incluso una nonada. Considerando tu comentario como un contundente carácter pendenciero, te digo que tu intencion queda en vano en la medida que comentarios como éste, no me aguardan indiferencia ninguna sino como un proceso de retroalimentación. Y, respecto a lo que dices de mi novela, no sé que diantres tiene que ver con el artículo, ni tampoco como ha llegado a ti esa información. Pero ya te adelanto que no está hecha para deslumbrar a nadie y muchos menos a tipos o tipas como tú. Como autor de lo que escribo soy consciente de mis palabras, no de lo que puedas interpretar tú. Que te sean leves tus menesteres.

  2. Fabo dice:

    Aunque es cierto que el ser humano está obligado a echar la vista atrás constantemente para ser consciente de su andadura y, más concretamente, de los fallos cometidos para no volver a incidir sobre ellos, es cierto que este artículo de opinión no aporta nada novedoso acerca del tema del cual trata en tanto que sobre dicha cuestión hay mucho escrito y con mejor estilo y más rigor y profundidad. Podríamos decir que se trata de un artículo anacrónico. Esperemos que su autor, al menos, nos deslumbre con la novela que nos tiene prepara, porque este no ha sido el caso.

 
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