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Hoy es Jueves 25 de Abril de 2024  |  

La Procesión de la Amargura, emblema de nuestra Semana Santa

 
 

Dicen que es una de las procesiones más bonitas de nuestra Semana Santa y además una de las más antiguas. Sobre las calles los pasos del Cristo Humillado, Cristo Amarrado a la Columna, Coronación de Espinas, Ecce-Homo, Cristo de la Sentencia, Cristo de la Caída, Cristo de la Misericordia, Hijas de Jerusalén, Jesús de Pasión, La Verónica, Jesús Nazareno y Virgen de la Amargura.
Siglo XV (1411) al fundarse la Cofradía del Rosario (por las predicaciones de Vicente Ferrer, dominico) cuya corporación organizaba cada Jueves Santo una procesión de disciplinantes.

En la mitad de la calle del Loreto, el “losado” del Salvador, como alta tribuna de sillares, – rampa, escalinata y muro -, domina. La madrugada del Jueves Santo se ha revelado alta, y las campanadas de las doce, de la una, desde las torres barrocas del templo, han caído diluidas sobre las majestuosas marchas de la música y las trompetas de los “armaos”. Desde el “losado” la perspectiva de las luces vacilantes acercándose lentas, cadenciosas, alejándose a lo hondo de la calle entre capuces y brillos de varales, pone puntos suspensivos a la visión de los pasos que, al discurrir a la altura de los cabezas de los espectadores asomados al muro, iluminados por fanales y candelabros de ceras vivas, evidencian su plasticidad.

La Magdalena, en alta peana, camina al Gólgota con su pomo de perfumes. El Amarrado, con sus morados, sus platas, las cambroneras de los sayones, Señor de la Columna, amor y corazón de su pueblo, arrastra penitencias, lágrimas, polainas y flecos de “armaos”, el macero, el longino a caballo, el redoble, los clarines. Mientras, los racimos de luces del Ecce-Homo han girado ya al fondo, lejano, de la calle, y la Coronación ha alcanzado el muro, mecida por sus capuces granate, trémula de música y de cera. Se acerca el Rollo, cofradía señera, rumorosa, entre el rojizo de sus faroles y de sus terciopelos: estandartes, bocinas, pertigueros con altas caras, trompas y cajas de la banda, y el trono con suave balanceo, majestad de su Cristo atado, coronado, penduleando las borlas de sus cordones, Pilatos altivo y aristocrático, romano elegante, de casco y lanza, todo entre las inflorescencias de luz de sus candelabros de rizada cristalería. La Sentencia. Entre grandes faroles mate, se alza el Cristo aterido de tortura, sobre la tostada riqueza de sus andas. Avanza con dulce vaivén la Caída. El Señor, bajo la cruz, intenta apoyar su mano, y nos ha mirado con sus ojos tristes, reflejando las llamas de los faroles. Entre lirios, en el otro costero de la peana poblada de santos, dos niños lloran de pie, y muestran al pueblo – que no puede ver desde ahí el rostro del Señor – el paño de la Santa Faz. Avanza el Cristo de la Misericordia arrastrando su túnica recamada, el brazo extendido, la larga cruz al hombro, sobre un campo de iris, entre ramajes de velas con coronillas, el Cirineo atento, rítmico, destellando el oro limón de su trono, sobre la blancura y el rojo de sus anderos. Se alejan las capas y capuces de los nazarenos, los estandartes bordados, las gorras e instrumentos de las bandas, la espalda de los Cristos, los tronos… Y ya toda la calle es del Nazareno: negros y granates terciopelos, cruz de dorados y espejos, faroles de plata, estruendo de tambores, bandera bordada, revuelo de niños en grupos ya cansinos, estandartes; en lo alto de pértigas vestidas, grandes medallas con pinturas, dalmáticas, incienso. El Cristo de la Pasión va llegando entre fanales de plata y cera morada, meciendo su túnica y su cruz, retemblando sus potencias, la Madre de rodillas, amarga, San Juan inclinado hacia ella, brillándole su nimbo. Soportan su pesadumbre mujeres silentes y encapuchadas. La Verónica. Suntuosidad del estandarte, del trono de tornapuntas, jarroncillos repujados, tallos de tulipas con cera azul. El paño es blonda marfil, remangándolo la brisa. Figura plantada en trance de Salzillo, se recorta alta en el cristal negro de la noche. Se aleja lenta, en la suave danza de sus anderos. Llegan el estandarte de rocallas de Nuestro Padre, los pendones bordados y de damasco antiguo, la banda de música con una marcha solemne, trompetas con galas recamadas, tunicones de lujo, y el Libro de Reglas en purificador de brocado, la cruz alzada, los niños con ropones grana rozagantes, el tintineo de campanillas, acólitos en una niebla de incienso … Y en el buque refulgente de oros y ángeles, entre el cabrioleo de sus luces, Jesús Nazareno, alzado en la majestad de su navío, desbordándole la túnica púrpura, con la cruz enorme de concha, los lirios en floreros de orfebrería.

La grandeza de la procesión llega a su cénit. La madre de la Amargura, entre dulce música y aromas, iluminada con la mortecina luz de su candelería argentina, se aproxima coronada, bajo el palio de riquezas bordadas, prendido en sus manos cruzadas, el pañuelo de encaje de sus lágrimas, derramado el manto de aúrea flora, reina del sueño lírico de la Semana Santa.

En el trayecto último, recoleto de las calles postreras de la procesión, te he seguido hipnotizado por tu belleza, en el silencio o la música que te arrulla, entre el aroma de mirra, Madre de la Amargura. Y otros días del año, al cerrar los ojos, evocaré tu mágica andadura en las madrugadas altas de los Jueves Santo.

Texto: José Tévar García

 
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